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14 de enero de 2014

¿Lobo qué estás haciendo?

Las rondas campesinas de Cajamarca no son un juego



El domingo en La República se publicó un reportaje sobre lo sucedido en Cajamarca con las trabajadoras sexuales de los night club Alondra y PK2 que fueron golpeadas por las rondas urbanas. A mi entender, el reportaje adolece de confusión en relación con los que implica la institución "rondas" y en la medida que he trabajado el tema desde hace muchos años quería aclarar algunos puntos.  

Ante todo quiero dejar constancia de mi indignación por lo sucedido: simplemente lo que hicieron las rondas urbanas es un delito y se tipifica de lesiones contra el cuerpo y la salud. Las fotografías de las piernas de las lesionadas las expusieron ellos mismos y dan cuenta de un atropello y violación de los derechos humanos de todas estas jóvenes y, desde que sé, las rondas siempre han respetado la constitución y la legalidad. Me solidarizo con todas las mujeres agredidas y espero que se inicie una investigación fiscal que termine en sanción a los culpables.

Sin embargo, creo que la percepción de esta situación en el contexto del inminente inicio de trabajos mineros para desaguar la laguna El Perol, así como de las declaraciones de ayer de Vladimiro Huaroc (“Si no se rescata el Estado de derecho en Cajamarca puede devenir el descontrol”), está siendo aprovechada por ciertos sectores para mellar la credibilidad de las rondas campesinas y desacreditar una lucha justa contra el Proyecto Minero Conga, que poco a poco está siendo cercada por los contratos entre la PNP y las empresas mineras, así como por la flexibilidad que permite a la policía y los efectivos del Ejército hacer uso de la fuerza letal incluso si es con otras armas de fuego que no son las reglamentarias (Ley 30151 publicada ayer en El Peruano).

El reportaje de mi ex alumno Oscar Miranda del domingo apenas plantea una diferencia entre las rondas urbanas y las rondas campesinas y se centra en el relato atroz de la incursión de las primeras en ambos centros de diversión. Lamentablemente desde Lima y otras ciudades del Perú no se percibe la diferencia entre unas y otras, el reportaje creo que solo ha contribuido a aumentar la confusión, en tanto que ubica a todos los ronderos como machistas, salvajes, golpeadores de mujeres. Por la forma como Miranda narra los hechos, se entiende que los ronderos urbanos, con Chuquilín a la cabeza, se imponen como moralizadores autoritarios sin, por supuesto, tener ningún tipo de acreditación para ello. Obviamente el registro de los hechos demuestra que se comportan violando los derechos humanos y no responden tampoco a pautas culturales regidas por una percepción comunal. Pero debo advertir que los ronderos que yo conozco, también perciben esta actuación de las rondas urbanas como algo contrario al mandamiento ronderil. Recordemos que las rondas campesinas están reconocidas en el art. 149 de la Constitución, y sus funciones y límites en un acuerdo de sala plena de la Corte Suprema. Asimismo es preciso señalar que la Central Única de Rondas Campesinas (CUNARC) ha emitido un pronunciamiento condenando la agresión a las trabajadoras sexuales. 

¿Entonces las rondas urbanas no son lo mismo que las campesinas? Por supuesto que no. Wilfredo Ardito, desde ambas prácticas, lo explica muy bien: “Las rondas campesinas tienen por funciones garantizar la seguridad y administrar justicia, teniendo como meta la armonía comunal. En cambio, las rondas urbanas se limitan a actuar de manera violenta, aprovechando el vacío de poder existente en varias ciudades y la incapacidad de la Policía Nacional para enfrentar la delincuencia. Existe otra institución responsable de su aparición y es el Ministerio Público: muchos fiscales creen que su función es archivar denuncias (no hay ningún error en lo que he escrito, pues inclusive es una meta en algunas fiscalías), logrando de esta forma generar una sensación de impunidad”.

Obviamente rondas urbanas y campesinas nacen de un vacío estatal, pero mientras las primeras responden a un objetivo de seguridad, las segundas lo hacen frente a situaciones de inseguridad pero sobre todo debido a las grandes dificultades del acceso a la justicia de los ninguneados del Perú: me refiero obviamente a las personas que viven en zonas alejadas de los centros urbanos. Las rondas campesinas nacieron para frenar el abigeato, pero es importante marcar el inicio de la primera organización ronderil; nacen de una indignación general frente a un robo escandaloso: el de los instrumentos musicales de la escuela del pueblo. Es así que en 1976, en Cuyumalca, Chota, los vecinos de esa estancia deciden organizarse para evitar ser vueltos a robar y sancionar a los culpables. De esa fecha a la actual se ha producido un largo proceso de cambios, fortalecimientos y debilidades de las mismas; por supuesto, con excesos en muchos casos que responden a una cultura rural conservadora y patriarcal. Pero las rondas en zonas como Hualgayoc, Bambamarca, Celendín, San Marcos, Cutervo y otras, todas poco homogéneas y de diferente estirpe, son la solución concreta del pueblo organizado a los problemas de abigeato, violaciones sexuales, violencia contra la mujer, entre otros temas que controlan.

El día viernes estuve en El Tambo, a cuarenta minutos en carro de Bambamarca, y le pregunté a Manuel Ramos, uno de los líderes más reconocidos de las rondas en todo el departamento, sobre su opinión de lo sucedido en el Alondra y el PK2. Ramos me dijo: “jamás las rondas de El Tambo le han pegado a una mujer, jamás hubiéramos actuado de esa manera. Y si tendríamos que entrar a un lugar donde se ejerce la prostitución clandestina, hubiéramos sancionado a los cafichos y a los explotadores, no a las explotadas”. Entiendo que en Lima se percibe la prostitución como un ejercicio de libertad de trabajo y de uso del cuerpo como espacio de mercancía dentro de los anchos límites del mercado. Quizás esto sea cierto para un porcentaje muy reducido de trabajadoras sexuales, en términos generales en nuestro país, la prostitución implica una situación de explotación de jóvenes mujeres, sobre todo, en zonas alrededor de campamentos mineros legales e ilegales. 

Pero el debate sobre la prostitución es otro tema.
Regresando a las rondas y sus funciones, considero que Vladimiro Huaroc y las autoridades de este gobierno tendrán que saber que los ronderos y ronderas de Cajamarca, Piura, Amazonas, y de otros lugares, no están “jugando a la ronda”. Estamos hablando de una institución muy compleja que surge en los vacíos de poder del Estado, no por ausencia como suponen muchos, sino por corrupción entre los jueces, policías y operadores de justicia como sucedió en Cuyumalca. ¿Las rondas campesinas administran justicia? Por supuesto que sí, desde hace más de veinte años legalmente. ¿Esto implica que el Estado ha cedido el monopolio de la administración de justicia? Claro que sí, pero en el contexto de una realidad signada por el difícil acceso a la justicia en zonas rurales y la debilidad institucional de un Estado percibido como corrupto. 

Las rondas campesinas son una institución con varios éxitos además del control del abigeato y de echar a Sendero Luminoso del departamento de Cajamarca y de las serranías de La Libertad y Lambayeque. Por eso, lo sucedido así como la hipótesis de que los ronderos son aliados del narcotráfico — planteada hace un año por Jaime Antezana— se están blandiendo como excusa para entrar a reprimir a fuego letal a los ronderos y otros manifestantes que luchan por el agua y la sostenibilidad de la tierra en las alturas de las lagunas de Conga.

Una versión abreviada de esta nota sale hoy publicada en La República.

LaMula 14.01.14