Por: Antonio Zapata Velasco
El último fin de semana se reunieron los presidentes de EE.UU. y China, Barack Obama y Xi Jingping. La cita fue en California, en un ambiente distendido lejos de las formalidades habituales de las cumbres presidenciales. La mayor calidez era un requisito indispensable para explorar compromisos que permitan retornar a un mundo más equilibrado y predecible que el actual.
Por su parte, el gobierno de Obama parece haber sacado lecciones del relativo declive del poderío estadounidense. Las guerras de Oriente Medio han sido desgastadoras y no han terminado con los resultados esperados por EE.UU. Actualmente no saben qué hacer en Siria y es claro que todo el mundo árabe está en efervescencia, sin que EE.UU. tenga capacidad para contener el conflicto.
Por otro lado, la crisis económica de 2008 marcó el final de una etapa del capitalismo, puesto que evidenció que EE.UU. se ha convertido en el país más endeudado del planeta y que su economía sigue adelante porque su moneda nacional es la internacional. Por lo tanto, el gobierno federal maneja la emisión de billete verde y goza de gran ventaja en los intercambios internacionales. Pero, tiene grandes acreedores y el primero de ellos es precisamente China.
El gigante asiático, por el contrario, viene creciendo en forma sostenida. Desde 1978 hasta hoy su tasa promedio de crecimiento anual ha sido de 9%; pasando de representar el 5% del PNB del mundo al 18% actual. Ello ha convertido a China en la segunda economía mundial y, de continuar las tasas actuales, antes de 2020 pasaría a ser la primera.
EE.UU. ha acotado sus expectativas de hegemonía mundial y está centrado en sus propios intereses nacionales, antes que en el control del mundo; es más, está invitando a China a compartirlo. La Guerra Fría acabó con el triunfo de EE.UU. al disolverse la URSS en 1991. Desde entonces, EE.UU. reinó en solitario, pero fue un tiempo breve y su liderazgo fue contestado por el fundamentalismo islámico. Al día de hoy, esos años de hegemonía estadounidense llegaron a su fin y EE.UU. busca reorientar la política internacional redefiniendo su papel. Para ello, el acuerdo con China es fundamental.
Por su lado, la expansión china se ha sustentado en la exportación y el dominio del mercado mundial. Antes de la muerte de Mao apenas tenían presencia económica internacional, mientras que hoy manejan parte importante del comercio exterior de Asia y África. Incluso, la presencia china está creciendo aceleradamente en América Latina. No es casual que, antes de llegar a EE.UU., el presidente chino haya visitado México y Costa Rica. Además, en ambos países ha firmado megacuerdos de cooperación e integración económica. Basta revisar su presencia en el Perú, para tomar conciencia que China está desafiando a EE.UU. en su propio patio trasero, como nadie había hecho antes.
Frente a nosotros se está negociando un cambio de hegemonía mundial. Nunca antes estos procesos se han desarrollado sin guerras. Pero, desde 1945 no se han producido conflictos bélicos totales. Si para algo han servido la Naciones Unidas ha sido precisamente para evitar guerras entre grandes. La URSS cayó sin haber confrontado nunca con EE.UU. Todas las guerras del período de la Guerra Fría fueron entre chicos; las potencias armaron a sus aliados y tuvieron choques fuertes, pero se abstuvieron de confrontar directamente.
¿El mundo seguirá ese rumbo? Es difícil saber, pero de la sabiduría de los líderes depende mucho. Este siglo se presenta crítico para la humanidad. Por un lado, sobrepoblación, límites del industrialismo y crisis ecológica. Si a ello se suman guerras por la hegemonía mundial puede ser muy duro.
Hasta hoy los chinos vienen sorprendiendo al mundo. De la ortodoxia comunista pasaron al socialismo de mercado. El Partido Comunista controla férreamente el país y ha reprimido toda expresión democrática. Es autócrata y eficiente, concretando el ideal del despotismo ilustrado. ¿Podrá Obama contener a China o devorará a EE.UU. en el largo plazo?
Diario La República 12.06.13