10 de septiembre de 2006

El último guardián de las aguas
Por Milagros Salazar. Enviada especial.
Fotos: Percy Ramírez y Edgar Jara.

En medio de la confusión de ese día, quizás usted, don Isidro, no pudo darse cuenta de que su hija Juana, en realidad no lo había abandonado a su suerte. Ella corrió por la quebrada buscando a Benito, el menor de sus seis hermanos. Juana lo recuerda todo. Y sus ojos se achican como quien se atraganta cada vez que debe contar lo que sucedió el 2 de agosto en la quebrada Chaquicocha. Ahí, donde se atrincheraron para protestar contra la apertura de uno de los tantos tajos de explotación de oro de Yanacocha. Lo que para la empresa era una veta de riqueza, para los suyos era una fuente de agua. Quién mejor que usted para saberlo: un campesino que vivió toda su vida de la ganadería y la agricultura. “Los (agentes) de Forza empezaron atacándonos. Echaron una cosa que ardía los ojos. Mi papá me dijo tápate la nariz para que no te vayas a ahogar”, cuenta Juana sentada al pie de un lápida que parece un retablo. Todo el pueblo ha rodeado el cementerio, don Isidro. Supervisan que los peritos que han venido a exhumar su cuerpo para medir el tamaño de sus heridas de bala dejen todo como estaba. Que lo devuelvan bajo tierra, como su familia lo enterró.
“Entre la gente que corría, perdí a mi hermano Benito (de 15 años). Lo fui a buscar y me separé de mi papá por unos 20 minutos. Cuando regresé, me dijeron que estaba muerto. No creía nada. Yo bajé dejándolo recio, para mí él solo estaba desmayado”, continúa recordando Juana con la cabeza inclinada, mientras sus amigos ayudan a desenterrar el ataúd. Sus hermanas, don Isidro, están vestidas de negro y sueltan un llanto en coro tan agudo que hasta los policías que custodian la diligencia se sobrecogen. Nadie puede mantenerse erguido, ni por los rigores de ley.

Evocación colectiva
Su muerte, sin culpable identificado aún, ha obligado a los que estuvieron con usted en Chaquicocha a recordar una y otra vez lo que pasó ese mediodía del 2 de agosto, un esfuerzo colectivo de evocar esas horas trágicas solo para dar con el culpable. Pero los gritos, el gas pimienta, los disparos al aire han envuelto todo en un velo de confusión.
¿Fueron los policías o los agentes de Forza que custodian Yanacocha?
¿Quién lo mató, don Isidro?
El fiscal Alfredo Rebaza ha ampliado las investigaciones para ubicar al que apretó el gatillo. Se sabe que la policía efectuó varios disparos ese día, pero recientemente se ha detectado que algunas armas del arsenal incautado a Yanacocha también fueron usadas. Víctor Coronado, quien lo abrazó cuando recibió el primer impacto de bala en su pierna
izquierda, volverá a contar a las autoridades lo que presenció ese día, don Isidro. Intentará ver por sus ojos.
El señor Coronado y otros amigos que lo hallaron herido creen que fue la Policía, que los efectivos le dispararon en medio de los ataques. Pero sigue la duda.

Los pajares
En un restaurante de Cajamarca me encontré con un hombre que lo conoce y lo quiere mucho, don Isidro: Napoleón Pajares, uno de los dueños de lo que quedó de la majestuosa hacienda El Trébol, donde se ha construido el centro de Combayo. Antes de la reforma agraria, estas tierras pertenecían a los Santolalla. Napoleón me ha contado que usted era su brazo derecho en la hacienda y “el hombre más bueno del mundo”. Su esposa, Rosanna, no olvida la vez que amansó una yegua durante tres días para llevarla de Combayo a la ciudad de Cajamarca. “Ya no esté molesta niña, me decía. Yo había discutido con mi esposo y quería regresarme a la ciudad. El ‘Cashcara’ me acompañó todo el camino porque estaba embarazada de mi primer hijo”.
El ‘Cashcara’, así lo llamaban.

En el lugar equivocado
usted era el hombre “más pacífico sobre la tierra”. El pastor evangélico Segundo Cercado cuenta que ese día no debió ir a Chaquicocha. Un hombre de 58 años como usted debió haberse quedado a cuidar el tractor que iba a servir para abrir la trocha, porque así lo habían acordado la noche anterior los pobladores de El Triunfo, el caserío donde vivía y aún existe un lugar que todos llaman ‘La Oficina’, el último bastión hecho escombros de la hacienda El Trébol. Seis ancianos debían quedarse a cuidar el tractor, pero usted y don Vidal desobedecieron el acuerdo para defender las aguas del pueblo. “Era una persona muy obediente y participativa. El primero que siempre llegaba a la hora”, dice el pastor Segundo Reynaldo en la puerta de su iglesia. Apenas lo puedo ver en la oscuridad total de las noches sin luz eléctrica de Combayo.
El pastor solo tiene elogios para usted, don Isidro. Recuerda que todos los días a las 8 de la noche llegaba para la ceremonia de la iglesia, que “escuchaba , con atención, la lectura de la Biblia porque no sabía leer”. “Era el primer rondero del caserío”, remarca mientras el presidente de rondas de El Triunfo, Antonio Tacilla, asiente con la cabeza. “¿Usted sabe lo que es ser un primer rondero, señorita?”, me pregunta el pastor. Silencio. “Significa estar en vigilia toda la noche, sin parpadear. Cuidar el ganado y los terrenos de la comunidad, mientras todos duermen. Él era el primero en la fila. ¿Sabe lo que le digo?”. Apenas creo entender, don Isidro. Combayo espera conocer la verdad sobre su muerte.

Esplendor y ocaso de una hacienda en Combayo
En 1918, Combayo era una hacienda de 43 mil hectáreas y en la época colonial era una cabeza de Cabildo que llegó, incluso, a acuñar su propia moneda y donde funcionaron los famosos obrajes. En esos días era de propiedad de Joaquín Bernal Arna, héroe de la Guerra con Chile. La hacienda fue comprada por Eloy Santolalla Iglesias, quien era un minero de la provincia cajamarquina de Hualgayoc. Sus herederos vendieron parte de sus tierras a la familia Pajares tras la reforma agraria. A partir de entonces, la historia de la hacienda se cruza con la de don Isidro Llanos Chavarría. Los hermanos Adolfo y Napoleón Pajares tuvieron como brazo derecho de sus tierras a don Isidro.
“Él era, lo que se dice, el puntero de la hacienda. Estaba a cargo del cuidado del ganado. Era una persona muy dedicada”, dice Adolfo Pajares, quien hasta ahora cuenta con terrenos en Combayo. No un área tan extensa como en los años 70, pero lo suficientemente importante como para considerarse el dueño del corazón de Combayo. Sus tierras abarcan toda la zona de la plaza del pueblo, la iglesia y el cementerio donde hoy está enterrado don Isidro. También la zona donde se ubica ‘La Oficina’, que era el área metalúrgica de la hacienda, le pertenece a Adolfo Pajares.


Isisdro Llanos murió en uno de los enfrentamientos de los comuneros con la empresa minera Yanacocha.










Desesntierro del ataúd de la víctima para la exhumación de sus restos.








Pasado y presente. "La Oficina" de la hacienda El Trébol en dos épocas.









Diario La República – Lima 10/09/2006 007jgslvif.pdf

Bandeja de Entrada
El Arca de Noé
Señor Director:
Me interesaría saber cómo llegaron los pingüinos desde el polo hasta Palestina para embarcarse en el Arca de Noé y qué me dicen de las vicuñas. Realmente los talibanes cristianos son otro peligro para la sociedad. Los curas y los evangelistas no deberían salir de sus iglesias y templos. En los colegios, los propios alumnos deberían decidir si quieren estudiar el curso de religión o no porque eso lo deciden los padres
Alicia Díaz
aliciadiazal@yahoo.
Pobre Noé, lo que le habrá costado juntar y convivir con tanto animal en su arca. Ni Steve Irwin.

Cardenal sin cura
Señor Director:
El purpurado Juan Luis Cipriani sí que es tan inverecundo como gazmoño. Fustigó con comentarios reprochables al cura Marco Arana porque este –según dice – utilizó la sotana para hacer política (en referencia a la participación del cura en las protestas contra la minera Yanacocha). ¿Y cuando él utiliza el capelo cardenalicio para hacer política, acaso hace un acto de contrición o siquiera reflexiona por lo mal que obró? Sin duda, este señor demuestra una vez más que no tiene sangre en la cara.
Benji Espinoza Ramos
benji_1433@hotmail.com
Amén.
Diario La República – Lima 10/09/2006 007ogumsob.pdf