24 de septiembre de 2007

LA APRA Y LA MINERÍA


César Hildebrandt


La Apra tiene vocación de metástasis. Ha encargado a sus jaurías morder al Tribunal Constitucional, amenazar a Radio Cutivalú, cerrar con tropas a Radio Orión en Pisco, mantener en jaque con su prensa bilirrubinosa a las ONG interesadas en los derechos humanos, hacer creer a la babosería nacional que Hugo Chávez es nuestro enemigo y, en fin, practicar todas las maromas posibles con tal de que no pensemos en la ratería que empieza a asomar y en la incompetencia que hace rato distingue a este gobierno.
El doctor García tiene ahora ínfulas de interlocutor de Dios y dice, por ejemplo, que a él le importa un rábano lo de la consulta popular sobre Majaz.
Sí, claro. Porque una cosa es enfrentar a los campesinos de la sierra piurana y otra cosa es pactar con los mineros que pusieron su dinero para que fueras presidente de la República.
Los señorones mineros reunidos en Arequipa tienen que saber que el doctor Alan García no tiene, aunque lo proclame, el poder suficiente como para despreciar a los campesinos de Ayabaca, Pacaypampa y Carmen de la Frontera y tienen que saber que en el Perú los tiempos en que la Cerro de Pasco Corporation ordenaba matar comuneros terminó –aunque no lo parezca– hace algunos años.
La derecha ha dicho siempre que este es un país minero. Lo que debería decir es que este país es una mina para los mineros. Porque aquí los gobiernos se arrastran ante el poder del dinero y ofrecen las mejores rega­lías, los menores cánon es, los óbolos más cómodos a la hora de las hiperganancias. Este es el país de las maravillas a la hora de las repartijas sombrías.
Entonces vienen los mineros de afuera, vienen los mineros Corporation y dinamitan paisajes puestos allí por la paciencia de los vientos más antiguos del mundo, enrojecen los ríos donde ovaban las truchas, pudren el cielo, ahuyentan a los pájaros, maldicen las orillas con sus miasmas, roban el agua que luego otros Corporation querrán privatizar porque escasea, desahucian a las nubes, perforan las montañas sin ningún respeto y a toda esa venganza tóxica del hombre sobre lo que no es suyo le llaman "progreso", "globalizació n", "economía de mercado" y "aprismo ahora sí sensato y agradable".
Que se vayan al carajo. A Majaz sólo entrarán si los campesinos así lo quieren. Y que no vayan a bufalear por esa región de nubes gloriosamente bajas porque allí los campesinos respiran aire y no monóxido y por eso están lúcidos y plenos. Y por eso no se dejan bufalear por don Jorge del Castillo, que se cree el camarlengo de ese hombre que dice que habla con Dios y que recibe órdenes de las nubes altas, cuando, en realidad, todo lo que recibe es por lo bajo.
La minería es una porquería necesaria por las divisas que representa. Pero de allí a querer negrear un ecosistema donde la niebla es sanadora y los árboles prosperan sin que los persigan teodolitos y ácidos sulfúricos, hay un gran trecho. El trecho que separa a la Apra con vocación de metástasis del poder pleno al que aspira.
La Apra tiene las fuerzas armadas, el congreso, el poder judicial, la contraloría, los ministerios, la televisión, casi toda la prensa escrita y casi toda la radio. Pero no tiene a la Defensoría y por eso la odia. Pero no tiene (del todo) al Constitucional y por eso lo embiste. Pero no tiene la prensa regional (y por eso la difama o la cierra). Pero no tiene la razón (y por eso no quiere razonar). Pero no tiene la bellísima sierra de Piura (y por eso quiere plantar allí la pezuña del becerro dorado de la minería).
Que los mineros reunidos en Arequipa no vayan a pensar que asociarse incondicionalmente con el doctor Alan García es una ventaja en el largo plazo. Algún día –más pronto que tarde– tendrán que rendirle cuentas a un gobierno soberano y a un país harto –desde los tiempos hispanófilos del Potosí– de que los afuerinos vengan a llevarse lo que quieran al precio más barato que se pueda imaginar.
Una cosa es tener oro y plata. Otra es ser un país de oro y esclavos, como nos llamó, merecidamente, Simón Bolívar.